domingo, 20 de noviembre de 2011

Animal

Hay un animal que no existe en nuestro mundo. Que quizás existió, y gracias a la memoria genética reconoceremos un día en un fósil. Parece un pterodáctilo, o un ave de presa klingon. Pero más todavía que eso, a una hoja medio carcomida que hubiera caido al suelo. Sabemos de su potencial existencia gracias al escritor Víctor Pintado, que una noche volviendo a pie de una biblioteca, intuyó que había encontrado algo sutil. Al salir por el acceso del McDonalds de un centro comercial (que le venía de paso para beber agua en sus baños), algo llamó su atención en el asfalto. Era una hoja caida que tenía forma de estrella de cinco puntas: un par formando un ángulo de 90º entre medias y su correspondiente par simétrico, y una mayor, despuntando hacia el lado contrario del palito, que otrora la uniera a la rama. Su color era tan vivo que incluso en la noche tungstenizada llamó la atención del autor. Morado profundo, violeta en penumbra, malva resucitado. Tomó la hoja del suelo. A decir verdad, lo primero que le recordó su silueta fue la estrella de la antigua unión soviética. Vio que en su corazón había unas picaduras minúsculas. Probó a mirar la luz de una farola a través de uno de estos agujeritos, en lo que seria la base confluyente de la punta central. Algo se adivinaba, aunque desenfocado. Procedió a romper un poco el punto para agrandar la obertura. Ahora sí se veían perfectamente las luces. No obstante el aspecto de la hoja había quedado desmejorado. Rompió el resto de lo que unía el centro a la punta soviet, y quedó una silueta muy sugestiva: los pares de los ángulos rectos más el apéndice. Y así renació el animal que tanto tiempo había permanecido inimaginado. Un ser volador oscilante entre la mariposa y la oca (o más bien el cisne, porque la oca ni siquiera planea, sólo sirve para guardar la casa como un perro). Su cabeza, minúscula, está al final de un extensísimo cuello, lo más rígido que posee. No piensa, sólo vuela y observa todo. Sin embargo, jamás recuerda nada, porque como nunca le han puesto un nombre, tampoco él (género neutro, es hermafrodita) puede nombrar otras cosas, por lo que su vida es un eterno viaje entre reflejos sobre los que no podrá desarrollar una conclusión. La parte inferior de su cuerpo se asemeja a una mano con membranas interdactilares. Su largo cuello sería el antebrazo, y sus “dedos”, muy finos y flexibles, equidistan unos de otros con el mismo ángulo exponencial. Y lo más importante de todo: cuando este animal vuelve a ser descubierto, conmina a su escritor (que siempre deberá tener alma científica) a sentarse en el primer bordillo tranquilo que vean, y describirlo antes de que su recuerdo se desvanezca. La consecuencia lógica es que, probablemente, su cronista acabe con el culo helado.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Palo punzón para dibujar en el suelo

Durante la madrugada había llovido, y la tierra aún estaba mojada. Yendo por la vía pecuaria, vi un palito con forma de punzón:
—¡Genial! ¡A dibujar! —y aboceté en el suelo blando una imagen para un proyecto.
Los adolescentes acababan de salir del instituto, y dos me vieron dibujando de cuclillas a un lado del camino. Cuando se me cruzaron del todo y ya no podía verlos sin girarme, uno de ellos dijo una frase de burla. Como si yo estuviera jugando a las canicas o a la rayuela. Paradójicamente, no me acuerdo de la frase porque nunca he jugado a esas cosas.

SINOPSIS: Ponyo en el acantilado

Un tsunami mata a todos.
Los literatos de la editorial LápizCero fuimos al pionero Café Comercial de Madrid, del siglo XIX. Se entra por una puerta giratoria, a modo de vórtice a un mundo secreto. Las paredes parecen de oro, y sus espejos multiplican el espacio virtual, haciéndote sentir como en un palacio. Junto a los aseos hay cuatro tableros de ajedrez, y los camareros visten como en un barco. El mármol de los peldaños que conducen al piso superior está erosionado en el centro, de tanto disfrutar chocolate con churros.
Cuando acabamos la presentación, nuestra camarera pudo al fin cenar detrás de una esquina.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Coloso cenando al amanecer

Hacía mucho que no salía a pasear al amanecer. Al cruzar la esquina que da al parque, me llamó la atención el amplio espacio de cielo nublado sobre la plaza. Por un mero instante, distinguí algo en el vacío del paisaje. Utilicé mi imaginación para darle una forma en mi mente. Era un gigante invisible al otro lado del parque, tan alto como un edificio de trece pisos. Era peludo y corpulento, y parecía estar desnudo. Su piel tenía un tono aceitoso. Probablemente me basara en el Coloso de Goya. Aunque permanecía de pie, se agachaba constantemente a recoger con la mano algo que se llevaba a la boca, como si comiera de una fuente de dátiles. Presentí que esta era su cena. Era una visión algo incómoda, asi que cegué momentáneamente mi imaginación. Sin embargo, cuando dejé de centrarme en visualizar este ser, sentí la presencia de muchos más, repartidos a cada poca distancia. No los quise ver. En su lugar, me dejé distraer por un perrito negro y paranóico que me empezó a ladrar sin provocación aparente. No le quería molestar, pero me apetecía cruzar el parque por enmedio y no di ningún rodeo. Me siguió ladrando. Se puso a mear en uno de los aparatos gimnásticos para mayores. ¡Tshhh, tshhh!, le chisté para que dejara de ensuciarlos. ¡Guá, guá! Vale, vale, adiós...

Una vez en la plaza, vi otro perro atado a un macetón seco mientras su amo desayunaba churros enfrente. Era un perro mediano pero robusto, de pelaje blanco y cuidado. Se le veía sereno; un poquito aburrido, pero acostumbrado a esperar delante de la churrería. Nada que ver con el perro enano de antes. Eso me recordó que ahora estaba justo debajo del Coloso. Alcé la vista y distinguí sus boloncios colgando. No me extraña que los humanos prefiramos no verlos.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Bloqueo dibujil

Me bloqueé psicológicamente y no puedo dibujar.

En cambio, ahora escribo como un campeón. Me gustaría subir aquí todos los relatos que hago, pero la mayoría de los concursos literarios te piden cuentos inéditos, y quiero ganar alguno de ellos.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

A Javier Fernández de Castillos en el Aire

En mi dormitorio hay poca decoración. La mitad del cuarto está repleta de libros y cosas. El resto procuro tenerlo libre. Lo único que cuelga en ese área vacía de mis dos paredes libres es: un calendario, y el cartel de la Feria del Libro de Navas del Rey que me diste. En aquel evento conocí a Rocío Ordóñez, que me metió al clan de los LápizCero. Fue un día muy especial para mí. Una vez estuve en casa, sentí un verdadero gozo por este amor común por la literatura (y todo lo que implica) que compartí con tanta gente, ahora imprescindible para mí. Tanto gozo, que quise asegurarme de que no lo olvidaría. Tenía en mis manos el cartel, que decía: “IV Feria del Libro Sierra Oeste de Madrid”, y la fecha. Con la imprevista magia de unas tijeras, recorté el palote del cuatro romano, y también la fecha en la que se celebró esa edición. Desde entonces, en la pared de mi cuarto que da al norte, luce el cartel de la “V” Feria del Libro... Cada vez que pierdo mi norte, miro hacia él y veo lo que se celebrará de nuevo en menos de un año. Vuelvo a sentir el calor del sol en mi brazo, colándose por la ventanilla del autocar que lleva a Navas. Me impulsa a dar mi máximo esfuerzo para poder un día subir al escenario y decir: «sí, yo me he tirado todo este tiempo dándolo todo con el boli... ¡y podéis comprar mi libro por un precio realmente competitivo! ¡Lo estamos dando, lo estamos regalaanndoooo!»


Pero ese gozo viene a ser un mero síntoma de un veneno que ya albergaba en mi interior. Lo que me faltaba era reafirmarme en mi fe. Considerarme tan válido para escribir como J. M. Gisbert, cuando me dio la mano como un rey a un duque.


La pólvora ya la tenía, y en cantidades industriales.

Gracias por la chispita.

Microrrelato - Champú aracnicida

Anoche estaba en la cama leyendo tan tranquilo, cuando una araña se descolgó sobre mi almohada. La aplasté, pero esta mañana me picaba la cabeza. Imagino entre mis cabellos a millones de larvas boqueando como peces que se ahogaran. El champú habrá arrastrado a la mayoría, pero quedarán los ejemplares más fuertes. Puede que alguno o varios de ellos se resguarden en huecos dejados por pelos muertos. Allí esperan pacientemente, alimentándose con lo que sale de las glándulas sebáceas. ¿Y si a través de uno de esos conductos encuentran una vía hacia mi cerebro? Los cráneos tienen grietas precisamente para no quebrarse. Cualquier día podría ir por la calle y caerme muerto al instante: cientos de minúsculas y raquíticas arañas saldrían por las cuencas de mis ojos, por mis oídos...

Pero ¿qué digo? Si eso sucediera, no podría escribir esto. Se me comerían los sesos. Serían... ¡arañas zombie! Nada más ridículo que eso. Mira, voy a enviar el texto ya, porque usar dos teclados a la vez me hace escribir tonterías.

Chuso Tiza y Guille Cuchillo

Publicado en el blog de EBUDE, librería de e-books:
http://ebude.es/blog/con-un-trozo-de-tiza-y-un-cuchillo/


Chuso hizo una casa de tiza.
Guille el pillo la rayó con el cuchillo.
El encerado marcado quedó.
La profesora no compra pizarras.
Pensándolo en frío, desapareció.
Sólo quedaron aquí tiza y cuchillo:
el Chuso imagina, el Guille mordió.

martes, 1 de noviembre de 2011

Doblaje: Leche de gigoló

Un doblaje oficial más en el que colaboré con la traducción y adaptación:



Doblaje dirigido por: http://www.youtube.com/realmediadub

Reparto:
Chico del pezón (David Flores)
Fernando (Jorge Cabanes)
Hombre bigote (Víctor González)
Demonio Cabra (Marian Jerez)
Mr. Flaster (Jorge Cabanes)

El Repetidor de Bachiller y las Figuras Retóricas

Hoy en vez de una tira cómica os traigo todo un proyecto literario cómico.

http://repetidorbachiller.blogspot.com/

"El Repetidor de Bachiller y las Figuras Retóricas" explicará los diferentes tipos de recursos literarios de un modo informal, adaptando a una terminología al alcance de todos (de todos los humanos con sentido del humor) todas aquellas palabrejas que nunca entendimos.