domingo, 10 de junio de 2012

I Maratón de Microrrelatos de Navacerrada

Antes de entrar al centro cultural, tomé un café solo que me mantuvo toda la mañana graciosillo y con media taquicardia. En la inscripción me sentí como Son Goku en el Gran Torneo de las Artes Marciales. No en vano era la primera vez que participaba en una maratón de microrrelatos. Sin embargo, aun contando con los mayores pizarrones, no hubiera servido de mucho hacer unos diagramas con la evolución de los fases. Cada uno se enfrentaba en solitario contra todos los demás, ante los seis ojos del jurado. De haber esquema, consistiría en una fila de treinta participantes unidos a la misma línea horizontal; otros quince unidos encima; cinco más, y un palito en la cima. Casi una tarta de primera comunión.

Todo transcurrió en la sala de exposiciones, alargada y luminosa, con paredes blancas y grandes ventanales. Tenía miedo de pasar calor, pero por suerte a esas horas el sol lucía al lado contrario del edificio. Quizá por eso lo hicieron por la mañana en vez de como en los últimos años. Nos sentamos en mesas con cuatro sillas y cuatro botellitas de agua en cada una. Me puse en la del fondo con la pared a mi derecha, para que no me distrajera nada detrás. Dieron unas cartulinas negras para acomodar los folios al escribir, pues la textura de las mesas, aunque firme, era rugosa. Luego repartieron dos hojas: una de plantilla con ciento cincuenta casillas para llevar fácil la cuenta de palabras; la otra lisa, sólo con el encabezado del concurso y un recuadro para poner tu número asignado de participante. Yo fui el 21.

- Primera Ronda -

Nos dieron un pie de comienzo, que decía “Soy un poeta sin versos”. ¿No había una frase más cursi? Durante los quince minutos que nos dieron para escribirlo en sucio y los otros cinco para pasarlo a limpio, tuve que darme prisa y arreglar la cosa como pude:

Soy un poeta sin versos. Un camello sin joroba. Un calvo con pelo. En lo que intento, fracaso. En lo que ignoro me alaban. Por eso paso las tardes vigilando la caja de ahorros desde el parque, concentrándome en no atracarlo, confiando en que los guardias de seguridad se tropezarán con un bordillo y una saca de dinero caerá en mis manos. Pero cuando sucedió, eché a correr para quedármela. ¡Tonto! Tenía que haber huído haciendo el pino hacia atrás, la cárcel está llena de corredores de cien metros lisos.
Soy un armario sin alcanfor. Un café de achicoria. Un millonario dentro de cuarenta y cinco años. El más rico del cementerio.

Tuvimos media hora mientras el jurado de tres personas decidía qué quince participantes se quedaban. Así que cogí un par de bollos del desayuno que prepararon. Había de todo: café, té, pastitas; era una tea party para brujas.
Anduve en la salida hablando con conocidos de talleres. Enseñé mi ejemplar de “Zombies! Volumen 2”, algunos lo leyeron en un ratito y triunfó.
Nos avisaron para la lista y regalaron camisetas de la Campaña de Animación a la Lectura María Moliner, con el icono de un libro con forma de regadera. La típica camiseta por la que te pegan en el cole. Al menos es blanca, debe ser fresquita para el verano.
Nos sentamos en nuestros sitios de nuevo, pero la presentadora dijo que mejor volviéramos todos a la entrada. De ese modo, era menos violento para quien no continuara. Tenía la especie de presentimiento de que yo iba a proseguir, pero igualmente recogí todas mis cosas por si no volvía. Seguro que no me las llevaba, no pasaba a la siguiente fase. Dijeron quince números, entre ellos el 21. Una señora con la que supongo había compartido mesa dijo mientras yo volvía decidido a mi sitio: “Anda mira, ¡ha pasado ese chaval!” También lo logró una colega de Villalba, pero la otra con la que subí a Navacerrada no. ¡Maldito pie de entrada! Fundió su cerebro... ¡Yo te vengaré!

- Segunda Ronda -

Ahora tocaba como premisa la oración final. Y sí, había una frase más cursi que la primera: “El tiempo es una lluvia paciente”. Las frases que no me dio tiempo a pasar a limpio las encorcheto:

Recoge las maletas. Desaparece. No prepares el vestido con el que saldrás por el pórtico. Que tu peinado sea invisible. Te estaré esperando sentado en el pedestal de nuestra estatua. Cuando yo tampoco te vea, no lloraré. Volveré al día siguiente.
Miraré las canas de tu marido. Por tu sonrisa discreta sabré si ha logrado cambiar. Y cuando diga sus últimas palabras frente a sus mejores amigos, podré darte las primeras palabras de mi corazón. Aunque no recojas las maletas, aunque tu peinado sea reconocible desde lejos. Me confundirán con nuestra estatua, y el sol no me verá. Quizá tú no desaparezcas, [pero ¿cómo levantarme cada mañana si no estarás conmigo al acostarme?] y las grietas y los pedazos del acero formarán el monumento a nuestra paciencia. [Las lágrimas harán crecer un jardín en el que poder caminar descalzos]. El tiempo es una lluvia paciente.

Realmente fue demasiado poco tiempo para hacer un cuento bien. Tuvieron que recoger mi hoja la última, ya metiendo prisa y obligándome a suprimir esa frase del final con la que evitaba la repetición de paciencia. Confío en que el año que viene den cinco minutos más para pulir. Tenía que haber pedido en voz alta que nos pusieran una premisa sin ínfulas de grandeza; y si la rigidez lo impedía, romper mi plantilla y retirarme en ese punto. Pero ya sabes: “¿Y si llego a la final?” El premio mínimo es un lote de libros, y el máximo doscientos euros.

Un coro amenizó la espera del siguiente veredicto del jurado. A la tercera canción sentí necesidad de sal, y me fui a la terraza del bar con los colegas que esperaban fuera. Como el camarero vio que comía pipas de mi bolsillo y no pedía nada, me dijo que él se quedó calvo de tanto comer pipas.

- Ronda Final -

La presentadora enumeró los participantes que accedían a la última fase:
—El veinti... —¿veintiuno? ¿sería posible?— ...cuatro.
—¡Uyyyyyyy!
—El tal, el cual... El veinti... —¿uno? ¿uno? ¡Di uno!— ...nueve.
Total, que me quedé en la “semifinal”. Pero cumplí el objetivo que deseaba de pasar al menos a la segunda ronda.
Volví a nuestra mesa del bar y nos criticamos los textos mutuamente entre amigos. De los cinco relatos finalistas, mi favorito fue el segundo. El año que viene quiero quedar segundo, porque muchas veces los jurados no se atreven a darle el oro a otro cuento que no sea el de la moralina más “happy” (por decir algo suave). De hecho, el ganador había coincidido en el descanso con la colega de mi pueblo y le había dicho que no le terminaba de convencer su propio cuento. Siempre podemos decir que el fallo del fallo fue poner esas palabras clave: “luz”, “cenizas”... ¡Deprimentes para la imaginación! Con lo estimulante que habría sido incluir “travesti”, “morcilla”...

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