jueves, 27 de mayo de 2010

Belleza VS Horror

Un ojo nos suele parecer bello porque aparte de ser espejo del alma, está encuadrado entre pestañas, bajo párpados, dentro de su cuenca. Sin embargo, el mismo ojo nos produciría horror al verlo sacado de su órbita, viendo los nervios que usualmente se ocultan dentro de esa cámara de los secretos que es el cráneo. Lo más hermoso nos asusta cuando lo apreciamos en toda su dimensión.

Quizá la belleza es lo mismo que el horror, pero en un grado que podemos aceptar más fácilmente. Así mismo, podemos aceptar lo más espantoso, e incluso llegar a disfrutarlo, siempre dependiendo de las expectativas y experiencias (resumiendo, de los prejuicios) de cada persona.

viernes, 21 de mayo de 2010

Conferencia de Larry Lessig: La ley ahoga la creatividad

Impresionante conferencia. Es lo que estaba buscando para reafirmar unas ideas que estoy desarrollando.

Tiene subtítulos activables.

martes, 18 de mayo de 2010

"El Bar Chocolate" (microcuento en verso)

El bar Chocolate
no servía chocolate.
Y muchos clientes salían burlados.

El bar Chocolate
sirvió chocolate.
Y toda la gente se había marchado.

Sueño: Wyoming Chimpancé Avatar

El Gran Wyoming presentaba un programa de humor en unos salones de celebraciones con mesas redondas y manteles de colores suaves. Daba paso a publicidad, pero antes de irse por una salida sin puerta, se quedaba bastantes segundos mirando fijamente a cámara, inexpresivo. Como si sintiera tristeza por decir los chistes que le habían escrito.

Salía, y entonces entraba el enano más pequeño de España. Iba maquillado teatralmente como un chimpancé, vestía un esmoquin y llevaba un organillo. Mientras le daba a la manivela, cantaba una canción triste y evocadora. Con todas las mesas que había, cantó detrás de la de Manuel Galiana, que iba maquillado completamente de azul, como un extraterrestre de Avatar.



Curiosamente, por la tarde, mientras volvía en tren de Madrid, iba leyendo "El viajero del siglo" (Andrés Neuman) y el protagonista charlaba con un amigo sobre un organillo y su historia. Llegando a mi parada, oí unos leves ronquidos a mi lado: la conciencia de una mujer parecía estar "en su avatar". Se habían reunido en la vigilia la mitad de los elementos del sueño: yo, "sosteniendo" un organillo entre mis manos, y al lado el avatar (aunque era ella la que "cantaba"). Por eso lo tomé como una señal de que debía despertarla, por si acaso se pasaba de su estación. Al final no era su parada, pero en fin, no podía irme sin actuar en aquel momento preciso.

8 chistes sobre los encierros

Corbata Roja

Hice esta ilustración basándome en un hombre que vi en el Metro. Su semblante, su porte, todo transmitía tristeza y abatimiento. Y sin embargo, a pesar de lo gris que parecía, su corbata era grandísima y de un intenso brillo rojo. Parecía que había olvidado que dentro de él existía un fulgor arrollador, o que dentro de él había una lengua devoradora que nunca podía calmar su ansiedad.


Tira: El Capitán Trueno muere



Y aquí, el primer boceto, que la verdad: me salió mejor que el final.


Tiras de estas semanas sin scanner

¡Por fin tengo scanner! Disfrutad estas nuevas tiras cómicas.
(Click para agrandar)





miércoles, 12 de mayo de 2010

"Nubes que caen al cielo" (cuento del año pasado)

En el vestíbulo del Gran Hotel se oyó una gran exclamación de sorpresa que acalló todos los murmullos triviales de la mañana: todas las miradas acudían espantadas hacia la mujer que caminaba pegada al techo. Iba vestida de novia , y las lágrimas habían desteñido el maquillaje de sus ojos, pero al igual que su cabello, "caían" hacia arriba. Todos los huéspedes que presenciaban el misterio tenían la frente perlada, y no parecían ni siquiera darse cuenta. Frente a la luz matinal que se colaba por los ventanales de la entrada, lo único que se distinguía era una miríada de bocas abiertas apuntando a un mismo lugar en el techo. La mujer detuvo sus pasos. Sacó los pies de sus zapatos, que cayeron cuando volvió a adelantar unos pasos. La gente los reodeó curiosa, pero sin atreverse a acercarse demasiado. Un niño que los había visto caer, se descalzó muy rápidamente y se aferró temblando a una voluminosa maceta pegada a una columna. Y la mujer seguía caminando, ahora indudablemente hacia la entrada. Una muchacha que llevaba una sombra de ojos similar a la de la mujer, pero intacta, cayó en la cuenta de lo que iba a pasar:

- ¡Va a saltar!

Los hombres gritaron de ansiedad y las mujeres retuvieron por un instante el aliento: la mujer descalza se estaba asomando por uno de los ventanales abiertos próximos al techo. Con los movimientos bruscos de un autómata, se subió a una abertura y dejó que su particular antigravedad tirase de ella hacia los pisos superiores: ellas chillaron, y el alarido comunal reventó todas las cristaleras del vestíbulo.

Ahora era el gentío de la calle quien gritaba aterrorizado, Sólo una persona permaneció con la boca cerrada: el hombre que estaba de pie en el mismo borde de la azotea. El mismo que ofreció su mano derecha a la mujer que se elevaba a su encuentro con cada vez mayor velocidad. Cerró sus ojos como ya los tenía ella, y se dejó caer. En menos de un segundo coincidieron en el mismo espacio y sus caídas se frenaron suavemente para que sus manos pudieran agarrarse. Ambos pudieron entonces abrir los ojos. Se encontraban flotando a unos metros de la azotea, sobre la vista de cientos de personas. De los ojos de ella cayó hacia abajo una lágrima, que quedó suspendida en el término medio entre los dos, muy cerca de sus manos. Entonces pudieron, flexionando sus brazos, acortar sus distancias y hacer que sus labios se encontrasen en el exacto punto donde había quedado la lágrima. Las calles se llenaron de sonrisas bondadosas que miraban al cielo. Cada persona se visualizaba así misma como uno de los miembros de la pareja: el niño descalzado se soltó del macetón y se vió como el hombre que flotaba con su propio centro de gravedad; la muchacha que había hablado se visualizó como la mujer, y comenzó lentamente a flotar como ella; como todas las personas hasta donde llegaba la vista, que se transformaron en nubes de sangre y se mezclaron para formar un gigantesco montículo vermellón en el que la pareja tomó tierra suavemente. Se arrodillaron y bebieron de ese montículo, en el que se fundieron.

Y la infinita nube de sangre se elevó en las alturas para hacer llover personas sobre la tierra seca.

FIN

sábado, 8 de mayo de 2010

"El Cantero Olvidado" (cuento)

[Con este relato breve gané el II Concurso de Narración “Nuestros Queridos Canteros”, de Alpedrete.]


Al caer la medianoche, el Cantero despertó. Su cuerpo era todo de metal. Intentó soltar el botijo que llevaba en una mano, pero descubrió que formaba parte de sí mismo, como una continuación de su mano, imposible de abrir. Salió del centro de la rotonda donde había abierto los ojos. Alrededor de la rotonda el pavimento era de piedra, pero un poco más allá, el asfalto era ley. Tardó un poco en reconocer en qué lugar estaba, pero caminando llegó enseguida a lo que reconoció vagamente como el casco urbano del pueblo que le vio nacer. Algunos edificios habían desaparecido de su emplazamiento, formando bocas para otras calles. Otros habían crecido tanto que el Cantero se asustaba a la vuelta de cada esquina.

Cuando ya alcanzaba la zona más próxima a las canteras que él mismo contribuyó a crear, se detuvo a su lado un vehículo grande que emitía luces destelleantes:
– Buenas noches, caballero.
– Hola... – se sorprendió el Cantero hablando, pues no se había dado cuenta de que a cada paso, su cuerpo se había ido convirtiendo en uno de carne y hueso, totalmente humano.
– ¿Se encuentra bien?
– Sí... sí.
– ¿Está seguro? ¿Vive usted por esta zona? – Había caído en un mundo insistentemente protector, pero no era lo que necesitaba en ese momento.
– Más o menos...
– ¿Quiere que le acompañemos a su casa?
– No, gracias, necesito pasear antes de irme a dormir.
– Como quiera. Buenas noches.
– Gracias, adiós.

El coche titilante prosiguió su ronda: primero marchando muy lento, como si aún esperasen del Cantero alguna señal de auxilio o de burla, y finalmente acelerando después de pasar la curva.

Tras esta interrupción, el Cantero se adentró en la espesura, rumbo a las canteras, lo único que juzgaba imperturbable en ese mundo voluble. Iluminado por la luna llena, buscó e inspeccionó cada una de las que conocía. La mayoría había sido pintarrajeada por artistas de exóticos nombres, que por todas partes estampaban unas firmas pertenecientes a una obra que él era incapaz de ver. Para retener sus lágrimas, se hizo creer que no la veía por ser de noche. Vio que desde que abandonó el oficio y poco después falleció, las canteras no habían prácticamente crecido. La tradición murió con él.

De repente, sintió que su paseo había terminado. Regresó al pueblo a través de los estrechos senderos que él y sus compañeros abrieron en su día entre la maleza, y se dirigió de nuevo hacia su rotonda. Poco a poco, sus movimientos le fueron pesando; sus articulaciones, anquilosando; sus pisadas, sonando a metálico. Alcanzó el empedrado de la rotonda en cuyo centro quedaría de nuevo confinado, sujetando por siempre su botijo vacío. Pero no entró. No sabía por qué había regresado a la vida aquella noche, tantos años después, pero no quería volver a experimentar aquella profunda melancolía. Se quedó a unos metros de la rotonda, en medio de la carretera. Poco antes del amanecer, el vehículo de los destellos apareció, avisado por un grupo de conductores furiosos que casi atropellan la estatua.

– Ya decía que me sonaba de algo – dijo uno de los policías.

Al día siguiente, fue el ayuntamiento el que se movió. El Cantero y su botijo fueron refundidos en una nueva escultura: era él de nuevo, más grande y detallado, pero sus arrugas eran más amables, de sus labios surgía una sonrisa, y sus piernas colgaban del risco más alto de la cantera más profunda, donde la estatua había sido reubicada. Ahora no sería una escultura tan vista por cualquier visitante al que la rotonda le viniera de paso al azar, sino una fuente de sorpresas para el explorador no avisado que, curioseando en la foresta, de algún modo, retomaba el relevo de la antigua actividad. Así, sentado junto a un botijo que en cada llovizna se llenaba de agua fresca hasta rebosar, en ninguna otra noche sufrió de nuevo el Cantero por existir en un mundo en el que ya no era útil. Ahora sonreía, descansado, contemplando orgulloso un trabajo bien hecho, hasta que el sol le devolvía la sonrisa al amanecer.


FIN

Víctor Pintado
2 febrero 2010

Entrevista a Víctor Conde

Por cortesía de la editorial Alfa Eridiani, pude trabajar en la realización de un vídeo (mi primo grabando y yo montando) sobre Víctor Conde y su última recopilación de ciencia-ficción:

"El Libro de las Almas"


He aquí el vídeo:

Sin Scanner

Tengo bastantes tiras y comics más, pero no puedo instalar bien el scanner, de modo que permanezcan en espera.

domingo, 2 de mayo de 2010

Poseer no, robar

¿Qué impulsa a gente a destrozar y vandalizar instalaciones sólo porque estén abandonadas?

Quizá sea porque, así como lo encontraron, habría otros en el futuro que lo encontrarían, y se les ocurre que pudiera ser una oportunidad de adueñarse de ese instante, de ese sitio en ese momento, en ese contexto. Adueñarse y poseer ese lugar a base de destruirlo, impidiendo que su estado original se perpetúe. Así los siguientes que encuentren ese lugar abandonado, lo único que verán, más que el lugar, será la acción de los vándalos. No podrán disfrutarlo como fue diseñado. Estúpidamente, serán (o más concretamente, pensarán que son) los jefes del lugar.

Como cuando un hombre mata una mujer para convertirse en su amo definitivo.

Dejad de esforzaros, no se puede poseer un lugar. Mucho menos una mujer.