— ¿Estás ocupada? —le pregunté a la Psicóloga Pasota, que confirmaba en lo alto de la azotea sus más recientes citas por el móvil.
— No, ¿por?
— Tengo un dilema. Una tontería, pero de ésas que luego crecen.
— Dime.
— Hace casi un año salí con una chica. La primera vez que nos vimos le presté dos libros. Y la última, ella pagó nuestra cena.
— Ahá.
— Después de todos estos meses de silencio, le pedí los libros. Y ella me pidió el dinero de la cena.
— ¡Jajajajajajajajaja! ¡Qué tía más gilipollas!
— GRAAAAACIAAAAAAS. No sabes lo que necesitaba escuchar eso.
— Pasa de ella. Ni respondas.
— ¿Estás segura? Mira que no quiero que piense que soy un rencoroso. Si tuviera dinero le...
— Pasa de todo, de ella, de los libros, del dinero. Que se joda.
— Gracias, Psicóloga Pasota. Eres la mejor.
Le dije adiós con la mano mientras ella se elevaba agarrándose a la escala de un helicóptero plateado que la recogió en marcha, y se colocaba unas gafas de sol con un cigarro pegado a la patilla.
— Simplemente soy, baby.
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