Hace unos días encontré en los lavabos de un centro comercial de Villalba una bolsa de plástico pequeñita, de mercería. Dentro encontré lo que parecían dos crayones, uno negro y otro blanco. ¡Gracias, me vendrán bien para dibujar! Aparte, en su día no tuve suficientes ceras blandas a mano y ahora cuando veo texturas exóticas me vuelvo loco.
Al llegar a casa, resulta que eran barritas de maquillaje. ¿Qué pintaban en el baño de los chicos? Da igual, las usé para la ilustración del capítulo III.
Plano detalle de un ojo prestando atención.
Al ser sábado, ninguna biblioteca estaba abierta, y en mi casa no me concentro bien. Comencé a dibujar en la mesa musera y tutera de un parque.
Con rotuladores, los contornos del ojo; y con la barrita negra (de aquí en adelante llamémosla "la maqui"), las pestañas. Craso error. Me salieron unas pestañas que parecían plumas de cuervo.
Nada, a darle la vuelta a la hoja y calcar en la cara opuesta los contornos de lo que estaba bien. Ahora para las pestañas usé un bolígrafo. Es un hombre, de modo que no conviene que lleve pestañas "sensation", porque el libro no trata sobre drag queens. Ahora la maqui iba perfecta para las cejas, que quedaron como unas del grosor de unas de verdad (o al menos, como las mías). También cumplió su función de trazo poroso en los surcos del iris.
Inmediatamente después, me puse con la ilustración del IV; aún faltaba un buen rato para que anocheciera.
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