sábado, 7 de octubre de 2006

Club de Montaña del IES Jaime Ferrán

A las 9:30 estábamos todos (unos antes que otros, que todo hay que decirlo) en la estación de tren de Villaba, dispuestos a ir a... ¿El Escorial? ¡Pero si creí que íbamos a Robledo! Bueno, no pasa nada, el monte Abantos tampoco lo conocía.
En el Escorial, subimos por el sendero de la Casita del Príncipe, y una media hora después nos disponíamos a hacer inmersión en el monte. Entonces, los "escoba" del grupo se nos aparecieron delante, por un atajo. ¿Los "escoba" delante de nosotros? Pero si debían estar en la retaguardia, cuidando que nadie se despistase:
-Malas noticias. Ya tenemos dos bajas.
-¡Pero si todavía no hemos siquiera entrado en el monte! ¿quiénes han sido?
-La pareja ésta que venía, que él resulta que ya se estaba ahogando, porque tenía asma y además fumaba...
-Ah, sí. R. y R. Bueno, si alguien más se quiere echar atrás, este es el momento, jeje.

En cabeza estuvimos durante la mayoría del trayecto Mario (representante de Robledo) y yo (representante de Alpedrete... no sé si a mi pesar :P). También en algunas ocasiones dominó la marcha Pinto, el perro de Moralzarzal. La marcha que impusimos hizo que por todo el monte se fueron oyendo exclamaciones. Voces extrañas que decían nosequé de que fuera alguien más despacio, o algo así. Bah, no se debe hacer caso a las voces.
>:D
Los grandes contrastes de rítmo al andar obligaban a hacer numerosas pausas para que los rezagados (seguidos de los sufridos "escoba") pudieran alcanzarnos, y salir vivos de la expedición.

Los montañistas suelen llevar unos llamativos bastoncitos que supongo sirven para distribuir el peso entre las 4 extremidades, o para apoyarse mejor en circunstancias más difíciles... la verdad es que no sé para qué sirven los bastoncitos esos. Una amiga dice que parecen palos de esquí. Conclusión: son para no desmorrarse.

La cima del monte Abantos ofrecía unas vistas tan hermosas que intentas representarlas aquí sería un insulto. Tienes que subir, con tus propios esfuerzos. Y sin coche, por favor.





Después de un rato largo en la parte más alta, empezamos a bajar, metiéndonos por unos sitios muy raros. Anda que no pegamos saltos entre las rocas. Pero al final, merecidamente, comimos en un risquillo.
La otra mitad del trayecto consistió en bajar por una pista por la que rodeamos la cruz de los caídos por detrás, terminando -AGOTADOS- la expedición en Guadarrama, desde donde los que habíamos sobrevivido al ataque sorpresa de las ampollas pudimos regresar en un autobus a Villalba, desde donde proseguir nuestras vidas anónimas.

Víctor Pintado,
sábado 7 de Octubre del 2006 gregoriano.

1 comentario:

alberto dijo...

blog oficial del club de montaña del instituto del jaime ferran
http://cmjf.wordpress.com/