Una mañana, recién abría un bar, otros clientes y yo veíamos que alguien había entrado a robar por la noche. Todos supimos quién había sido: otro cliente que en su primerísima conversación preguntó, haciéndose el simpático, cuál era la contraseña de la alarma. Yo decía:
¡Qué tonto! ¡Mejor que hubiera entrado por la ventana del baño, que desde el patio hay un pasillo que da directo a la calle!
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