En la parada del Zoco de Villalba, un pavo más relleno que yo intentó sacarme los cuartos.
— ¿Sabes qué autobuses pasan ahora? —le pregunté, pensando que me respondería.
— ¿Tío, me puedes dejar unos céntimos para el bus?
— ¿A dónde vas?
— No tengo a nadie, la droga me ha hundido la vida, tío... —ponía caras de pena de las que los verdaderos yonkis nunca ponen por orgullo o dignidad. Surgió el silencio tenso de cuando dos contrincantes tantean sus fuerzas.
— [...] —yo intentaba leer su mente.
— [...] —me rehuía la mirada.
— [...] —batalla de intelectos.
— Y mi hermana ya no me hace caso —prosiguió—. Puta droga...
— ¿A dónde vas?
— A Villalba pueblo. Serían sólo diez céntimos...
— ¿Sabes que no es aquí? Es en la parada de allí, a la vuelta, detrás de esa esquina.
— Sí... No... —te tengo— ¿Puedes dejarme algo de dinero?
Sin más, crucé el paso de cebra, y bajé la calle tarareando y comiéndome un melocotón.
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