La noche del 23 al 24 de diciembre tuve una pesadilla tan nítida que me sentía en la necesidad de describirla para no olvidarla.
Iba caminando rumbo al pueblo vecino y al anochecer llegaba a la bifurcación más allá de la que días antes no pasé. Estaba cambiado, le habían puesto baldosas blancas y un paseo con árboles: parecía un parque costero mediterráneo, como perteneciente a Málaga, Valencia, o quizá incluso Grecia o Italia. De repente notaba que había algo en el cielo nocturno. Distinguí la silueta de un helicóptero... pero era muy raro, tenía unas patas que le hacían parecer una cucaracha. En realidad, aunque se veía la hélice, se desplazaba sobre todo mediante los movimientos nerviosos de esas patas de insecto.
Entonces me giré y me sorprendí ante la vista de miles de minúsculos aviones que iban tejiendo a lo largo de todo el cielo visible una red incomprensible de telarañas que sólo se veían cuando incidía sobre ellas la luz de la luna llena. Esto creaba el mismo efecto de los rayajos de una película muy antigua, o de las estrellas vistas desde una nave estelar a velocidad de hiperespacio.
Vi a esos casi microscópicos aviones más de cerca, porque empezaron a bajar hasta la altura de las copas de los árboles.
Eran jeringuillas con alas.
En el momento en que vi que habían bajado demasiadas, pensé:
"Me tenía que haber quedado en el camino, donde nunca me habrían visto."
En ese momentó una de las jeringas bajó en picado y me inoculó su contenido en menos de un segundo. "Mierda"- pensé mientras otra jeringuilla me inyectaba sin ni siquiera esperar a que se retirase la otra. Sentí que ya no había vuelta atrás: lo que me habían inoculado no era ningún tipo de vacuna inofensiva. Era algo que me estaba dejando dormido. No podía seguir de pie, y mientras perdía la inconsciencia y caía al suelo, decenas de jeringas se me arrojaron para clavarse con ansia en toda la zona de los hombros, la nuca, los antebrazos...
Fundido en negro.
Cuando desperté, todavía sentía en mis brazos y mi espalda ecos de los innumerables pinchazos.
Vaya sueñecito, si lo sé no me hubiese puesto a charlar con Mapashita sobre los emos que se cortan en los brazos para sentirse vivos. Y mucho menos antes de acostarme.
Estoy orgulloso del pelo que sale en el dibujito de las jeringas. Es el cabello más profesional que he dibujado con no más medios de un rotulador azul y otro verde. Me recuerda a Sienkewicz, en cierto modo. [XD]
Si hubiese dibujado el pelo más largo, sería una Sadako en potencia. Pero se supone que soy yo de espaldas.
VP_
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