miércoles, 12 de mayo de 2010

"Nubes que caen al cielo" (cuento del año pasado)

En el vestíbulo del Gran Hotel se oyó una gran exclamación de sorpresa que acalló todos los murmullos triviales de la mañana: todas las miradas acudían espantadas hacia la mujer que caminaba pegada al techo. Iba vestida de novia , y las lágrimas habían desteñido el maquillaje de sus ojos, pero al igual que su cabello, "caían" hacia arriba. Todos los huéspedes que presenciaban el misterio tenían la frente perlada, y no parecían ni siquiera darse cuenta. Frente a la luz matinal que se colaba por los ventanales de la entrada, lo único que se distinguía era una miríada de bocas abiertas apuntando a un mismo lugar en el techo. La mujer detuvo sus pasos. Sacó los pies de sus zapatos, que cayeron cuando volvió a adelantar unos pasos. La gente los reodeó curiosa, pero sin atreverse a acercarse demasiado. Un niño que los había visto caer, se descalzó muy rápidamente y se aferró temblando a una voluminosa maceta pegada a una columna. Y la mujer seguía caminando, ahora indudablemente hacia la entrada. Una muchacha que llevaba una sombra de ojos similar a la de la mujer, pero intacta, cayó en la cuenta de lo que iba a pasar:

- ¡Va a saltar!

Los hombres gritaron de ansiedad y las mujeres retuvieron por un instante el aliento: la mujer descalza se estaba asomando por uno de los ventanales abiertos próximos al techo. Con los movimientos bruscos de un autómata, se subió a una abertura y dejó que su particular antigravedad tirase de ella hacia los pisos superiores: ellas chillaron, y el alarido comunal reventó todas las cristaleras del vestíbulo.

Ahora era el gentío de la calle quien gritaba aterrorizado, Sólo una persona permaneció con la boca cerrada: el hombre que estaba de pie en el mismo borde de la azotea. El mismo que ofreció su mano derecha a la mujer que se elevaba a su encuentro con cada vez mayor velocidad. Cerró sus ojos como ya los tenía ella, y se dejó caer. En menos de un segundo coincidieron en el mismo espacio y sus caídas se frenaron suavemente para que sus manos pudieran agarrarse. Ambos pudieron entonces abrir los ojos. Se encontraban flotando a unos metros de la azotea, sobre la vista de cientos de personas. De los ojos de ella cayó hacia abajo una lágrima, que quedó suspendida en el término medio entre los dos, muy cerca de sus manos. Entonces pudieron, flexionando sus brazos, acortar sus distancias y hacer que sus labios se encontrasen en el exacto punto donde había quedado la lágrima. Las calles se llenaron de sonrisas bondadosas que miraban al cielo. Cada persona se visualizaba así misma como uno de los miembros de la pareja: el niño descalzado se soltó del macetón y se vió como el hombre que flotaba con su propio centro de gravedad; la muchacha que había hablado se visualizó como la mujer, y comenzó lentamente a flotar como ella; como todas las personas hasta donde llegaba la vista, que se transformaron en nubes de sangre y se mezclaron para formar un gigantesco montículo vermellón en el que la pareja tomó tierra suavemente. Se arrodillaron y bebieron de ese montículo, en el que se fundieron.

Y la infinita nube de sangre se elevó en las alturas para hacer llover personas sobre la tierra seca.

FIN

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