Aún recuerdo aquellas hojas de lampazo que en mi infancia, se llevaron todo lo impuro que hubo en mí. No había papel higiénico, así que toda la aldea confiaba en ellas. Su textura apelusada nos trasladaba a mundos de algodón verde. Además, como si de magia se tratara, las propiedades medicinales de la planta nos prevenían de dolencias que en cambio los ricachones del pueblo de al lado sí padecían. Nuestras hojas no eran como ese "papel elefante". Daba igual que nosotros no pudiéramos recortar elefantes amarillentos. Podíamos recortar verdes serpientes, cocodrilos. Incluso leones, si nos daba la gana. Y aunque mis posaderas encontraron un nuevo amor, siempre recordé las hojas de lampazo que poblaban mi aldea.
Ayer regresé, con una tonelada de papel higiénico para los pocos vecinos que aún conservaban allí su casita.
- ¿Qué ha sido de los lampazos? -pregunté al Tío Mario. Él me respondió que un científico de unos laboratorios se había llevado los desvelos de nuestros abonos. Sus raíces eran demasiado valiosas para permanecer en este pozo de soledad. Lloramos amargamente lágrimas verdes, que nos sonamos con papel higiénico. Entonces el Tío Mario empezó a susurrar:
"Aún recuerdo aquellas piedras que en mi infancia..."
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