Hay un animal que no existe en nuestro mundo. Que
quizás existió, y gracias a la memoria genética reconoceremos un día en un
fósil. Parece un pterodáctilo, o un ave de presa klingon. Pero más todavía que
eso, a una hoja medio carcomida que hubiera caido al suelo. Sabemos de su
potencial existencia gracias al escritor Víctor Pintado, que una noche
volviendo a pie de una biblioteca, intuyó que había encontrado algo sutil. Al
salir por el acceso del McDonalds de un centro comercial (que le venía de paso
para beber agua en sus baños), algo llamó su atención en el asfalto. Era una
hoja caida que tenía forma de estrella de cinco puntas: un par formando un
ángulo de 90º entre medias y su correspondiente par simétrico, y una mayor,
despuntando hacia el lado contrario del palito, que otrora la uniera a la rama.
Su color era tan vivo que incluso en la noche tungstenizada llamó la atención
del autor. Morado profundo, violeta en penumbra, malva resucitado. Tomó la hoja
del suelo. A decir verdad, lo primero que le recordó su silueta fue la estrella
de la antigua unión soviética. Vio que en su corazón había unas picaduras
minúsculas. Probó a mirar la luz de una farola a través de uno de estos
agujeritos, en lo que seria la base confluyente de la punta central. Algo se
adivinaba, aunque desenfocado. Procedió a romper un poco el punto para agrandar
la obertura. Ahora sí se veían perfectamente las luces. No obstante el aspecto
de la hoja había quedado desmejorado. Rompió el resto de lo que unía el centro
a la punta soviet, y quedó una silueta muy sugestiva: los pares de los ángulos
rectos más el apéndice. Y así renació el animal que tanto tiempo había
permanecido inimaginado. Un ser volador oscilante entre la mariposa y la oca (o
más bien el cisne, porque la oca ni siquiera planea, sólo sirve para guardar la
casa como un perro). Su cabeza, minúscula, está al final de un extensísimo
cuello, lo más rígido que posee. No piensa, sólo vuela y observa todo. Sin
embargo, jamás recuerda nada, porque como nunca le han puesto un nombre, tampoco
él (género neutro, es hermafrodita) puede nombrar otras cosas, por lo que su
vida es un eterno viaje entre reflejos sobre los que no podrá desarrollar una
conclusión. La parte inferior de su cuerpo se asemeja a una mano con membranas
interdactilares. Su largo cuello sería el antebrazo, y sus “dedos”, muy finos y
flexibles, equidistan unos de otros con el mismo ángulo exponencial. Y lo más
importante de todo: cuando este animal vuelve a ser descubierto, conmina a su
escritor (que siempre deberá tener alma científica) a sentarse en el primer
bordillo tranquilo que vean, y describirlo antes de que su recuerdo se
desvanezca. La consecuencia lógica es que, probablemente, su cronista acabe con
el culo helado.
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